Por Rafael Escobar Saumet
Periodista Fundación Nacional Batuta
Para María del Rosario Osorio, la Fundación Nacional Batuta ha sido su vida en los últimos 25 años. “He pasado por todos los niveles de Batuta: de ser estudiante, luego a ser monitora, profesora, coordinadora de Centro musical, hasta llegar ahora a ser Coordinadora musical de la Regional Bogotá – Antioquia; así que Batuta en realidad ha enmarcado la historia de mi vida”.
“Sayo”, como le dicen sus familiares y amigos, asegura que el aporte más importante que Batuta le dio a su vida a nivel musical y personal lo puede sintetizar en una palabra: responsabilidad. “Todo lo que he aprendido en Batuta me ha dado la noción de responsabilidad, siempre ha sido una constante en mi; desde la disciplina que adquirí cuando pequeñita siendo estudiante, hasta el gran respeto que empecé a tener a medida que avanzaba, por el trabajo incomparable que hace Batuta”, asegura.
Su recorrido en la Fundación inició muy joven, desde su época de aprendiz en el Conservatorio de Bellas Artes de la Universidad de Caldas. “En aquellos días Batuta hizo una alianza con el Conservatorio para que los alumnos del Conservatorio pasáramos a ser parte de las orquestas de la Fundación, porque inicialmente eran orquestas, no eran ensambles como ahora; yo fui parte de la orquesta B, la de nivel intermedio”, recuerda.
Llevaba un año y medio tocando el violín cuando se crearon dos orquestas simultáneas en la Fundación Batuta Caldas, allí inició como tercer violín. “Luego de ese tiempo escuché con agrado una viola, pues en Manizales no había casi violistas y gracias a esa alianza entre las instituciones, llevaron al maestro Fabio Fuentes. Al escucharlo tocar quedé enamorada del instrumento”.
Como no había suficientes violas para poder practicar el instrumento, lo que hizo -guiada por el maestro- fue cambiar las cuerdas de su violín, por las cuerdas de viola. “Gracias a eso me metí de lleno a estudiarla y asistí al Primer Encuentro Orquestal en Bogotá. Allí pude compartir con los chicos de Batuta de todo el país y fue la primera experiencia que me impactó a nivel artístico, con la que se consolidó mi gusto por la música sinfónica”.
“La experiencia siempre fue increíble, porque más que una competencia era mostrar nuestro trabajo y estudiar mucho para compartir con los demás nuestros avances, lo que lográbamos cada uno desde nuestra disciplina y lo que compartíamos como compañeros y amigos”, afirma María del Rosario.
Después de su participación como estudiante en la Fundación Batuta Caldas pasó a hacer las monitorias, siendo orientadora de clases de violín y viola de las niñas y niños nuevos. Una época que recuerda con gran afecto gracias a la guía de los maestros Carlos Rocha, Nelson Monroy, Octavio Carmona y Adriana Quintero. “Ensayábamos cuatro veces a la semana, era una carga alta, gracias a eso pudimos subir el nivel y destacarnos ante las orquestas de Batuta a nivel nacional”.
P: ¿Cómo marcó Batuta su vida?
MR: Yo iba a estudiar agronomía. Un día mi papá me dijo: “mira hija, la vida es dura, piensa dónde crees que vas a ser feliz”. Esa frase siempre la recuerdo y luego de pensar en mi trayectoria en Batuta, decidí estudiar música.
Hice mi periodo universitario estando al tiempo en Batuta, nuestra práctica orquestal era con la Fundación, y organizaba mis horarios de clase para que no interfiriera con los ensayos de la orquesta. Estuve hasta los 20 años, hasta que me gradué como Licenciada en Música con énfasis en Viola de la Universidad de Caldas.
P: ¿Qué siguió para usted después de terminar la Universidad?
MR: Cuando mis maestros me dijeron que ya había cumplido un ciclo, que tenía que buscar más opciones, decidí venirme a Bogotá, ciudad en la que resido actualmente. Acá estudié con Juan Sebastián Castillo, quien era el principal de viola de la Sinfónica Nacional de Colombia. Viajaba cada quince días entre Bogotá y Manizales para perfeccionar mis conocimientos, porque no me desprendía totalmente de la actividad musical de Manizales.
P: ¿Cómo llega nuevamente a Batuta?
MR: En 2007 me llamaron a una entrevista, para ver si podía estar en Formación de formadores, un hermoso proyecto entre la Universidad Nacional y la Fundación Batuta. Pasé la prueba, trabajé un año en ese proyecto, y también en el proceso de formación del Centro musical de la localidad de Puente Aranda, una experiencia que debo confesar, ha sido de las mejores de mi vida.
Comencé como profesora en 2007 y doce meses después tuve la oportunidad de ser la coordinadora del Centro musical, una labor maravillosa en la que estuve por ocho años. La pasión por lo que hacíamos se notaba, logramos crear y dirigir tres orquestas, dos sinfónicas -cada una de 70 u 80 integrantes- y una orquesta de cuerdas de 57 chicos, el crecimiento fue gigante: de 140 niños y niñas, pasamos a tener 480 en dos sedes y logramos posicionar el proceso sinfónico.
P: ¿Cuál es el aprendizaje que le deja dedicarle su vida a la música?
MR: Trabajar siempre con una sonrisa. Todo el tiempo he pensado que hay que trabajar con buen ánimo porque no solo es tu vida la que inviertes en ello, es impactar la vida de muchas personas con tu trabajo y, si es con música, mucho más. Para mí no hay domingos de descanso en mi cuarto si sé que puedo salir a trabajar y disfrutar con los niños y niñas que como yo, sueñan con una vida llena de música.